Hubo un tiempo en el que la cuenca minera de Fabero era conocida como “la calefacción de España” porque gracias a la productividad de sus minas se calentaban nuestros hogares. En cambio, tras perder la mitad de su población, hoy se considera parte de la España vaciada por lo que parece más necesario que nunca conocer de primera mano su realidad e impregnarnos de su historia.
Una de estas zonas despobladas es El Bierzo, la comarca del noroeste de León que reúne numerosos atractivos: vinos y bodegas de primer nivel, un acervo arquitectónico y natural extraordinario que el Camino de Santiago atraviesa y, desde hace poco tiempo, un patrimonio industrial en proceso de revalorización.

Carriles de la vagoneta en el interior de una galería Daniel Riobóo
Si bien las antiguas minas de oro romanas de Las Médulas son archiconocidas por ser Patrimonio de la Humanidad, la cercana Cuenca Minera de Fabero no lo es tanto, pero esto puede empezar a cambiar ya que acaba de ser declarada Bien de Interés Cultural con categoría de conjunto etnológico.
La cuenca minera Fabero-Sil ocupó durante 200 años buena parte del valle que recorre el río y sus interminables galerías también discurrían por debajo de las propias poblaciones de la comarca. Así, las casas de planta baja delatan que debajo de ellas se situaban las vetas geológicas.
La reciente declaración como Bien de Interés Cultural incluye el Pozo Viejo, el Pozo Julia, Mina Alicia, Mina Negrín, las viviendas del poblado de Diego Pérez y las líneas de baldes. Del interés patrimonial de estos lugares podemos ser testigos principalmente en la visita al impactante Pozo Julia, en la localidad de Fabero, que en 2019 tuvo 5.000 visitantes.
Cuando vayas a visitar Pozo Julia organiza bien tu tiempo porque estas visitas duran dos horas ampliables media hora más si se quiere conocer el antiguo economato y el poblado de los mineros, se realizan de martes a domingo a las 11.30 y a las 16.30 y es necesario concertar una reserva por teléfono o correo electrónico.

Allí te espera Chencho Martínez, un apasionado guía de familia minera y pasado laboral en el sector. Y es que, como relata, “fue la propia Asociación de Mineros Cuenca de Fabero la que colaboró con el ayuntamiento en poner en marcha este museo minero y reconstruir una galería en el exterior a escala real que reproduce perfectamente cómo eran las condiciones de los mineros en el día a día”.
La minería de carbón ya es pasado en España porque el 31 de diciembre de 2018 se ponía fin a la extracción del carbón de antracita en nuestro país para dar paso a fuentes energéticas más limpias de acuerdo al protocolo de Kioto.
El Pozo Julia ya había cerrado antes, concretamente en 1991, debido a que las reservas se fueron agotando. Años después, en 2007, las instalaciones fueron cedidas al Ayuntamiento de Fabero que decidió revalorizar este patrimonio convirtiéndolo en un espacio que muestra la realidad de una mina que prácticamente mantiene la esencia original, lo cual le otorga una verosimilitud que por momentos nos hace tener escalofríos al escuchar pasajes de la sacrificada vida de los mineros.
Si bien la primera empresa minera en la zona data de 1843, el Pozo Julia fue construida en 1947 por Antracitas de Fabero, propiedad del empresario madrileño Diego Pérez. El pozo vertical tenía tres plantas y 275 metros de profundidad y hoy está en su mayoría repleto de agua. Se accedía a ellas a través de un ascensor para personas y vagonetas, ahora reproducido en un simulador que nos permite recordar la sensación de descender bajo tierra hasta la mina.

Las visitas se organizan en diferentes estancias que también nos permiten conocer las distintas categorías profesionales que existían y se completan con exposiciones temporales siempre relacionadas con el mundo minero.
Así, comenzaremos en la lampistería, donde los mineros cogían sus lámparas cargadas para trabajar en las oscuras galerías, para inmediatamente acceder a la zona de taquillas y a los vestuarios, una de las más impresionantes por el efecto visual que producen las ropas colgadas para secarse mediante un sistema de poleas. Además, en los vestuarios tenían lugar las asambleas de mineros y se fraguaba la lucha por unas condiciones más dignas del trabajo.
Y es que los sindicatos dejaron huella en Fabero. Aquí nació la CNT en los años 30 y la extracción de carbón no se detuvo ni durante la Guerra Civil. Se trataba de una zona republicana, pero el empresario Diego Pérez ayudó a Franco en el transporte de la mercancía a Italia y Alemania. La pujanza e importancia de estas empresas fue tal que hasta llegaron a cotizar en la bolsa. Los mineros no eran ajenos a la riqueza que generaba y, empoderados, empezaron a luchar por sus derechos.
Posteriormente, de 1939 a 1949, hubo un campo de trabajo para que los mineros pudieran “expiar las penas”. Lo atestiguan numerosos documentos de la época en la siguiente sala, como otros con sus progresivos logros, como vales de 300 kilos de antracita para que pudieran calentar sus casas.

Más adelante, en 1962, se produjo La huelgona, tres meses de lucha en la que los mineros consiguieron primero que les dieran toallas y jabón y, poco después, que los empresarios les proporcionaran todo lo necesario para trabajar.
En la exposición también podemos ver numerosos testimonios gráficos de la lucha minera. Hasta 1976 se trabajaba todos los días de la semana y las mujeres, en los puestos del exterior, como telefonistas o en el hospital, cobraban la mitad que los hombres por ley. Con las huelgas y la llegada de la democracia cambiaron las condiciones y se estableció la jornada de lunes a viernes, con tres turnos de ocho horas y una mejora paulatina de las condiciones económicas.
También la mujer pudo comenzar a trabajar legalmente en la mina, pero sólo podían hacerlo si eran solteras o viudas, las casadas únicamente bajo el nombre del marido enfermo o accidentado. Sus historias personales no dejan a nadie indiferente y se pueden conocer en la exposición temporal Mujeres en la mina, inaugurada el 8 de marzo.
El empresario Diego Pérez también hizo cosas muy valoradas como la construcción de un hospital de la empresa, donde se operaba y se recuperaban los mineros. Se está restaurando para el museo y mientras tanto, podemos visitar el botiquín que impresiona por sus botellas de oxígeno, los partes con los accidentes, la máquina de rayos x o su precario paritorio.

Posteriormente, los hijos de Pérez heredaron la empresa, de ahí el nombre de Pozo Julia, por su hija. Y finalmente, tras venderla en el año 2000, regresaron a Madrid. Poco antes, en 1998, nació la Asociación de memoria histórica de El Bierzo.
Cada una de las salas y de los diferentes enclaves presenta un interés patrimonial propio. Podemos recorrer la zona de duchas, la de los vigilantes, la sala de los facultativos (ingenieros) o la sala de los compresores que proporcionaba la energía necesaria a las herramientas y que tenía línea directa con la central térmica. Otra de las estancias del complejo es la sala de máquinas desde la que se manipulaban las jaulas de extracción y se accionaba el ascensor para los vagones. Además, conoceremos la fragua, los lavaderos o las salas de clasificación de material.
Y por último, llegaremos al espacio más impactante, la reproducción en el exterior de una galería a escala real donde podremos conocer las diferentes profesiones mineras, ver las vías por las que se movían las cintas que transportaban la antracita y sentir de verdad lo claustrofóbico que podía ser trabajar tumbado durante tantas horas para extraerla manualmente. En la galería también se proyectan varios vídeos con los mineros en acción con los que podremos ser conscientes del sacrificio que hacían arriesgándose a perder la salud por poder ofrecerles a sus hijos un mañana.

Interior de la galería en Pozo Julia Daniel Riobóo
Y es que cuando realices la visita de Pozo Julia muy probablemente coincidirás con familiares de mineros que, a pesar de su dureza, sienten nostalgia por aquel tipo de vida y buscan documentos o rastros de sus allegados en este museo vivo. Quizá también habrá algún minero que se quede fuera de la visita a la réplica de la galería. A veces el pasado es una losa en la memoria que algunos prefieren no revivir aunque otros debamos conocer.
El artículo original se publicó en la revista «Traveler» el 9 de junio de 2021.