47 días después

Daniel Riobóo Buezo

47 días después he vuelto a salir a la calle para hacer algo que no sea comprar. Ha sido una vuelta en bici de poco más de una hora pero, en tan poco tiempo, he podido experimentar sensaciones y emociones totalmente diferentes.

Para empezar, ilusión. Hemos dejado prematuramente una llamada entre amigos para salir puntualmente a las ocho los que aún no lo habíamos hecho esta mañana. He sentido mucha ilusión, casi como la de un niño que estrena su bici. Además salir del portal entre aplausos no es algo que a uno le pase a diario. A continuación he sentido sorpresa, ya que me he encontrado a una ex novia que vive cerca mío y a la que no veía hace meses. Tras una breve conversación de puesta al día nos hemos despedido y he comenzado a pedalear sintiendo liberación y alegría al poder volver a hacer deporte al aire libre tras tanto tiempo.

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Después he sentido asombro ante la cantidad de gente que he visto por las aceras, por las calzadas y también en el carril bici que he usado durante un rato. Por momentos parecía una romería. Y también he experimentado mucha curiosidad. Por ver sus expresiones, de alegría contenida en unos o manifiesta en otros y también de desconfianza también en algunos casos. Pero realmente he sentido un ambiente moderadamente festivo. Y no es para menos tras tanto tiempo encerrados.

En la parte final de mi ruta he experimentado las peores sensaciones. Mientras sentía alivio tras pedalear y sudar un rato, he experimentado cierto cabreo al ver grupos de gente, especialmente entre los más jóvenes, que claramente habían quedado para verse y dar un paseo sin respetar las normas. Tampoco he visto demasiada vigilancia durante mi recorrido. Y también, por qué no decirlo, he sentido indignación al escuchar una cacerolada a las nueve en una zona donde también se han oído algunos gritos pidiendo dimisiones mientras otros los contrarrestaban llamándoles pesados. El cainismo español es algo que me produce una gran desazón.

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Y por último he sentido tristeza al enterarme que un compañero de trabajo de mi cuñado ha fallecido por el virus. Tenía 38 años, dos hijos pequeños y ninguna patología previa. Aunque se hayan autorizado estas breves salidas, pienso que no podemos ni debemos bajar la guardia. En Wuhan estuvieron once semanas con un confinamiento extremo hasta conseguir que no hubiera ningún nuevo contagio. Aquí sigue habiendo demasiados. Creo que, pese a estos espacios de libertad, tenemos que ser muy precavidos y respetar las normas y precauciones de las autoridades sanitarias. Confiarnos sería el peor error que podemos cometer.

El mundo sin Michael Robinson y la ‘nueva normalidad’

Daniel Riobóo Buezo

Anoche en la comparecencia de Pedro Sánchez no paramos de escuchar el nuevo mantra de estos tiempos. Desescalada, fases y nueva normalidad. A mi no me gusta esta terminología. Desescalada me parece una palabra inexistente y horrible. Las fases me hacen pensar que estamos en un videojuego dónde a lo mejor somos incapaces de pasar a una nueva pantalla y tenemos que volver a la de inicio. Y la nueva normalidad parece un eufemismo que oculta que el mundo en el que hace dos meses vivíamos quizá ya nunca volverá, o al menos por una buena temporada.

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[Imagen del blog «20 segundos» del periódico 20 minutos]

Sin poder abandonar del todo el confinamiento, nos toca acostumbrarnos a nuevos hábitos y a olvidarnos o desacostumbrarnos de lo que hasta ahora era cotidiano y parte de nuestra vida. Como Michael Robinson. Todos sabíamos que su cáncer era terminal y hace una semana me habían contado que el desenlace era inminente. Supongo que por eso estaba preparado y ayer cuando escuché la noticia no me impactó tanto. O eso creía.

Durante el día actualicé un reportaje sobre su trayectoria en mi blog de deportes y leí varios artículos muy emotivos sobre alguien que, probablemente sin quererlo y sin ser yo del todo consciente, llevaba siendo parte de mi vida casi toda ella. El homenaje de su compañero inseparable de retransmisiones Carlos Martínez me pareció conmovedor. Pero por la noche a menudo nos vienen muchos pensamientos a la cabeza, aquellos que hemos ido acumulando durante el día sin procesar demasiado porque vamos con el piloto automático. Es entonces cuando tratamos de ordenarlos y darles contexto.

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[Paco González, Michael Robinson y José Ramón de la Morena en los comienzos de El Larguero de la Cadena Ser]

Siempre me acuesto escuchando algún programa deportivo de radio. Llevo haciéndolo desde los 13 años ante la incomprensión de algunas parejas. Para intentar justificarlo digo que es una de mis costumbres más arraigadas. Anoche, mientras quienes más le conocían recordaban las anécdotas y los valores de Michael Robinson, pensé que ese genio de la vida y excelente comunicador llevaba formando parte de mi vida 30 años con sus retransmisiones, y programas en radio y televisión. Y me emocioné porque supe que algo ya no volverá a ser lo mismo. Porque él tampoco será ya parte de la nueva normalidad sino que lo fue de la vida que todos estamos dejando atrás a una velocidad de vértigo.

Creo que, aún habiéndolo visto de cerca varias veces, la última hace un año en la zona de prensa del Bernabéu durante el Clásico, nunca llegué a saludarle. Me pasa a menudo. Aunque te apetezca saludar o hablar con alguien a quien admiras o sigues, no quieres molestarle y tu timidez de lo impide. Pero es curioso como hay gente que, sin conocerla personalmente, se vuelve parte de tu vida diaria, de tus rutinas, de tus costumbres. A mi me pasa especialmente con quienes escucho en la radio ya que siempre he sido un oyente tenaz. Cuando se retiran, dejan la radio o directamente fallecen siempre dejan un vacío, más o menos grande pero constante. Mi ejemplo de Michael Robinson seguro que es el mismo que cada uno tiene con alguno de los seres cercanos que se han ido en estos dos meses frenéticos, sea por el virus o no y los escucharan en la radio o fueran parte de sus vidas de alguna forma.

Siempre me acordaré de las anécdotas de Robinson cuando llegó a España, entre su despiste y falta de dominio del idioma le pasaba de todo y sabía contarlo con una gracia insuperable. Como cuando contaba que recibió la oferta para jugar en la liga española y se tiró horas buscando Osasuna en el mapa del norte de España y pensaba que debía ser un sitio pequeñísimo al no poder encontrarlo. O como cuando salió vestido de cazador una noche durante una concentración de pretemporada sin saber interpretar que sus compañeros le decían que esa noche iban a otra caza. O cuando le plantó un beso a un cura en vez de al Cristo que le brindaba en una ofrenda del Osasuna. Era un tipo que sabía reirse de sí mismo como nadie, un genio de la vida que nunca se quedó anclado en su personaje televisivo y acabó buscando historias humanas para acercarnos al deporte y a las personas en sus programas, retratando la vida misma y engrandeciendo al periodismo deportivo.

El mundo con Michael Robinson es todo lo que estamos perdiendo. El hoy, sin él, es ¨la nueva normalidad¨. Todavía no se ha ido del todo y ya echo de menos el mundo que se nos va. Aún no ha llegado la nueva normalidad y la fase 0 de momento no me está gustando nada.

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[Hace apenas dos meses Robinson retransmitió sus últimos partidos con Carlos Martínez y Julio Maldonado]

Para seguir todavía en el mundo de antes, estos días voy a ir recuperando los Informe Robinson pendientes a la espera del que sus compañeros están haciendo sobre él mismo con la entrevista final que les concedió. Aún no he visto el programa del gatillazo del Super Depor en la liga del 94. Me he resistido porque fue un episodio doloroso para ese niño ilusionado que fui aquel año y sé que me va a impactar. Lo haré un día de estos. Como homenaje a Michael Robinson, a mis propios fracasos y al mundo que irremediablemente se nos va.

Cuarentena ‘Deluxe’

Daniel Riobóo Buezo

Casi nunca suelo seguir la prensa rosa pero estos últimos tres días ha sido prácticamente imposible no enterarse mínimamente del MerlosGate, recordando a la famosa serie de triángulos amorosos Melrose Place. Cuando saltó a Twitter el famoso clip me pareció divertido y al saber quienes eran suponía que traería cola, pero no imaginaba que tanta. Y menos ahora con el drama que supone la pandemia que estamos viviendo.

Por si alguien aún no conoce la historia, básicamente es la siguiente. Mientras Javier Negre y Alfonso Merlos, dos periodistas controvertidos y muy politizados contra el gobierno, hablan en directo en una videollamada de un polémico programa de internet, aparece una chica semidesnuda pasando por detrás de Merlos. Este no se da cuenta pero la cara de Negre es de auténtica sorpresa. Inmediatamente el vídeo salta a las redes sociales y enseguida se desvela que la mujer es Alexia Rivas, periodista del corazón. Supuestamente Merlos mantenía una relación con Marta López, una ex concursante de Gran Hermano y habitual de los programas de corazón.

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Poco después, esa captura de la videollamada, a pesar de haber sido retirado el vídeo de youtube, sigue circulando viralizándose exponencialmente y desatando una cascada de consecuencias. En el sainete no falta de nada. Hay supuestos cuernos y otras infidelidades varias, acusaciones de saltarse el confinamiento, reproches cruzados de falta de lealtad y, finalmente, sus consecuentes rupturas de relaciones sentimentales y de amistad entre los implicados. No entro en más detalles pero es un auténtico folletín, nunca mejor dicho.

Anoche el programa Sálvame Deluxe de Telecinco trató el culebrón de moda entrevistando a dos de los afectados, Marta López y Javier Negre  y parece que ha batido récords de audiencia y hoy sigue siendo casi más comentado que la propia actualidad de la crisis sanitaria. Su presentador Jorge Javier Vázquez, ha vuelto a reivindicarse como un icono mediático.

MelrosPlace

Siempre me ha llamado la atención la capacidad de estas historias por despertar el interés de la audiencia. Los asuntos del corazón, sobre todo cuando afectan al bajo vientre, parecen irresistibles para mucha gente y en España hay toda una industria del entretenimiento que gira en torno a ellos. A mi personalmente no me atrae la prensa rosa, dudo de su contribución educativa y prefiero dedicar mi tiempo libre a otros contenidos. Pero respeto que para muchos suponga una forma de evasión y diversión. A veces es difícil resistirse a su atracción y esta polémica ha vuelto a darle una oportunidad. Y es que el cotilleo siempre vende, en todos los ambientes y esferas de la vida pública.