La guerra de Ucrania y la batalla de la comunicación entre Zelensky y Putin

Por Daniel Riobóo Buezo Seguir a @danirioboo

Las guerras no sólo se dirimen en el escenario del conflicto bélico. Hoy en día son híbridas, hay más componentes en juego, por ejemplo la ciberguerra. Y también hay otro factor reputacional en el que la información y la comunicación tiene una importancia fundamental. En la guerra de Ucrania aún no sabemos quién ganará pero en la confrontación comunicativa hay un claro ganador: Volodímir Zelenski. Su discurso de esta semana en el Congreso, repleto con una asistencia masiva de diputados y senadores, da buena prueba de ello.

Zelenski y Putin tienen dos estilos de comunicar tan diferentes como sus propias personalidades

El discurso de Zelenski en el Congreso de los Diputados

En su alocución por videoconferencia, el presidente ucraniano recordó el bombardeo de Guernica por los nazis durante la Guerra Civil, en 1937, para hacer un paralelismo e ilustrar al pueblo español el sufrimiento del ucraniano por la invasión rusa. Zelenski, al que la propaganda rusa precisamente tacha de nazi, ha elegido intencionadamente una masacre de las fuerzas fascistas contra población civil en España para ejemplificar lo que vive su país.

Zelenski también pidió a las empresas españolas que aún mantienen relaciones comerciales con Rusia que corten los lazos con Moscú. Concretamente citó a Maxam, Secorbe y Porcelanosa, teniendo que salir inmediatamente estas dos últimas a desmentir que aún existan dichas relaciones comerciales. Además envió un mensaje al Gobierno, al que solicitó más armamento, ni sabemos si consciente de la división que el asunto genera en el Ejecutivo de coalición.

La comparecencia de Zelenski forma parte de la gira que el presidente realiza por los parlamentos nacionales de todo el mundo desde que comenzó la invasión de su país el pasado 24 de febrero. La intervención comenzó con 15 minutos de retraso por una demora en su alocución ante el Consejo de Seguridad de la ONU. Con las imágenes de la masacre de Bucha sobrevolando su intervención, Zelenski pidió a los países del Consejo que hagan responsable a Rusia de los “peores crímenes desde la Segunda Guerra Mundial”.

Fueron diez minutos que acabaron en una ovación de prácticamente todos los asistentes, una unanimidad raras veces vista en la Cámara Baja y que es una tónica habitual en cada discurso de Zelenski. Y es que su predisposición para comparecer públicamente es parte de una estrategia comunicativa que está dando resultado y que le ha convertido, en dos meses, en uno de los personajes más populares del mundo, en un héroe para muchos e incluso en un candidato al premio Nobel de la Paz. Vamos a repasar quién es y cómo maneja la comunicación.

Volodimir Zelenski, un actor cómico que llegó a presidente y ahora es un héroe internacional

Volodímir Oleksándrovich Zelenski tiene 44 años​, es licenciado en derecho y, antes de su carrera política, fue actor, guionista y productor y director de cine y televisión. Siendo un cómico ya célebre entre los ucranianos, también creó la productora audiovisual Kvartal 95 Studio con la que, tres años antes de ser elegido presidente de Ucrania en 2019, había interpretado a un profesor de historia que se convierte en presidente del gobierno en una comedia satírica muy popular en Ucrania, «Servant of the People». El camino desde la ficción a la realidad había comenzado.

Zelenski fue elegido presidente en marzo de 2019 con un 73,22% de los votos en la segunda ronda, una victoria aplastante sobre Petro Poroshenko y que muchos analistas interpretaron como un voto de castigo al presidente saliente. Se convertía así en el sexto presidente de Ucrania desde su independencia de la URSS en 1991 y para muchos en el primer «presidente influencer» gracias a la fama que había cosechado a través de la televisión y las redes sociales. Volviendo a 2022, la escalada de tensiones con Rusia llevó finalmente a la invasión y a la guerra actual donde su liderazgo le ha cosechado una amplia admiración internacional como símbolo de la resistencia ucraniana.

Zelenski es un comunicador nato, es carismático, refleja naturalidad y sabe tocar la fibra emocional y golpear las conciencias en cada país con mensajes y menciones históricas específicas de los que extraer alguna lección o paralelismo con la situación actual de Ucrania. Según sus asesores, a menudo improvisa o guioniza él mismo estos pasajes, tiene sobrada experiencia. Por ejemplo, en el Congreso, además de la analogía local a la masacre de Gernika, relató cómo las madres ucranianas escriben el nombre y varios teléfonos de familiares en la espalda de sus hijos para que puedan ser localizados si ellos son asesinados. Con ello consigue generar una empatía que hace que una gran mayoría de quienes le escuchan quiera sumarse a su causa.

Además de su omnipresencia mediática e institucional, Zelenski tampoco dudó en acudir al terreno tras la masacre de Bucha. Fuertemente escoltado, quiso dar fe de lo ocurrido para volver a denunciar los crímenes de guerra de Rusia ante la comunidad internacional. Entiende que la perseverancia a la hora de transmitir su mensaje de resistencia y de persuadir de la obligación de pararle los pies a Rusia hará que calen cada vez más. También tiene importancia su forma de vestir, normalmente con camisetas y camisas sencillas verdes o caqui, ropa militar que le muestran como si fuera un soldado más del ejército ucraniano dándole cercanía al pueblo.

Zelenski en dos imágenes, el día antes de la invasión y tras la masacre de Bucha.

Vladímir Putin, un ex agente de la KGB convertido en presidente vitalicio y acusado de crímenes de guerra

La historia de Vladímir Vladimírovich Putin es muy diferente. Es la de un ex oficial de inteligencia de la KGB que fue ascendiendo en el escalafón político, primero en San Petersburgo y, posteriormente, en Moscú. Tras ser nombrado primer ministro en agosto de 1999, la renuncia de Boris Yeltsin hizo que se convirtiera primero en presidente interino para poco después ser elegido formalmente reforzando su imagen con su actuación contundente durante la segunda guerra de Chechenia.

En 2004 revalidó su elección y, cuatro años más tarde, al estar limitada constitucionalmente la presidencia a dos mandatos, pasó a ser primer ministro bajo la presidencia de Dmitri Medvédev para regresar a la presidencia en 2012 en unas elecciones empañadas por denuncias de fraude y protestas. Fue reelegido nuevamente en 2018 y, en abril de 2021, promulgó una enmienda constitucional que le permitiría postularse para la reelección dos veces más, lo que podría extender su presidencia hasta 2036. Actualmente es el segundo presidente europeo con más años en el cargo después de su aliado Aleksandr Lukashenko, el presidente de Bielorrusia.

A sus 69 años, Putin se ha convertido en un presidente prácticamente vitalicio que se ha rodeado de una cúpula poblada de ex miembros de la KGB para construir un estado presidencialista fuerte y sin fisuras y que no admite la disidencia ni el pluralismo político o mediático. Lo hemos visto con la desaparición de opositores o periodistas o, más recientemente, con la imposición por ley de fuertes sanciones económicas y hasta de 15 años de prisión para quien hable de guerra en Ucrania y no de «operación militar especial». No es algo nuevo ya que, bajo el liderazgo de Putin, Rusia ha experimentado un retroceso democrático y un giro hacia el autoritarismo que han avalado la mayoría de organismos internacionales.

En plena ofensiva bélica, el Kremlin difundió imágenes de Putin rodeado de azafatas aéreas y flores

Con la ausencia de medios independientes y el consecuente abandono de Rusia de la mayoría de los medios occidentales, hemos perdido la capacidad de conocer lo que ocurre en territorio ruso más allá de las fuentes gubernamentales, acusadas de realizar propaganda para justificar la invasión en aras de la liberación de la población prorrusa del Donbás y de la «desnazificación» de Ucrania.

Este apagón informativo ha contribuido al aislamiento internacional de Rusia y a la poca presencia mediática del propio Putin, que parece rodearse únicamente de sus colaboradores más cercanos. Entre los escasos vídeos e imágenes difundidas recientemente en España figuran la humillación pública de uno de sus jefes de inteligencia en vísperas de la invasión, su recepción a azafatas de las aerolíneas rusas o su baño de masas en el estadio Luznikhi en el aniversario de la ocupación rusa de la península de Crimea donde volvió a recurrir a uno de sus discursos con referencias históricas que tratan de justificar la invasión de Ucrania.

Frente a la expresividad y omnipresencia mediática de Zelenski y su relato bien trabajado, Putin aparece como un dirigente hierático que no transmite empatía ni cercanía ya que apenas aparece públicamente y tampoco responde a las apelaciones del presidente ucraniano para negociar la paz directamente. Su vestimenta es también mucho más clásica y formal, también menos cercana, y es característica su forma de andar con un brazo encogido como si aguantara un fusil mientras el otro se arquea como si estuviera en un desfile militar.

Dos estilos de comunicación con un vencedor claro

No sabemos si Zelenski cuenta con el asesoramiento de una gran agencia de comunicación pero lo que sí parece evidente es que su estrategia y su relato están muy bien trabajados. Si sumamos su gran disponibilidad y transparencia para atender los requerimientos de entrevistas o alocuciones en parlamentos y organismos, todo contribuye a que la mayoría de la comunidad internacional se esté posicionando a su favor.

Zelenski sabe crear y contar historias y adaptarlas a cada situación y a cada audiencia. Su relato es el del resistente, el patriota, el del agredido injustamente, un relato que refuerza su superioridad moral. Frente a éste tenemos el de Putin: huidizo, frío, poco transparente y sin presencia internacional, con un relato imperialista que para muchos refleja la culpabilidad del tirano que sueña con revivir el imperio zarista o soviético conquistando un país independiente que considera parte de Rusia.

Comunicativamente, viendo las adhesiones de uno y otro, Putin ha perdido la guerra frente a Zelenski prácticamente desde el primer día. Y esto tiene consecuencias directas en la moral de las tropas, en la tenaz resistencia del pueblo ucraniano y también en la desmotivación del ejército ruso. Y quién sabe si ésta calará también entre el propio pueblo ruso como consecuencia de las sanciones y el aislamiento internacional. La comunicación puede ayudar decisivamente a ganar una guerra y Ucrania es un buen ejemplo.

Negacionismo, periodismo y crímenes de guerra en Ucrania

Por Daniel Riobóo Buezo Seguir a @danirioboo

La brutalidad de una guerra nos impacta nuevamente cuando menos lo esperamos y cuando parece que la paz por fin empieza a acercarse. En mi caso (y supongo que os pasó a casi todos) ocurrió el domingo tras un fin de semana de boda en Valladolid. Había medio desconectado de la actualidad durante un día y medio pero, al regresar y ver los informativos, el horror me sacudió. Las imágenes mostraban cadáveres tirados en la calle, fosas comunes y una ciudad residencial, Bucha, a las afueras de Kiev, completamente devastada.

Las siguientes horas confirmaban y ampliaban lo sucedido. En la retirada de sus tropas, el ejército ruso había dejado la ciudad sembrada de cadáveres (al menos ya 400 contabilizados), la mayoría hombres. Muchos de ellos con las manos atadas y habiendo recibido un tiro en la cabeza. Según los espeluznantes testimonios de los supervivientes, testigos presenciales ucranianos, los soldados rusos disparaban y asesinaban indiscriminadamente, prácticamente a cualquier persona que se les cruzara por la calle durante los últimos días de su ocupación.

Es lo que se se conoce como ‘zachistka’, un mecanismo ya denunciado por Amnistía Internacional desde la guerra de Chechenia hace 20 años. Consiste en arrasar una zona de conflicto asesinando a cualquier civil, forme o no parte de alguna milicia armada, de torturar, violar y destruir casas y edificios. También en dejar las zonas ocupadas sembradas de minas y explosivos al partir. Su traducción de forma literal es ‘barrido’. No voy a mostrar imágenes de las masacres de Bucha o Irpín porque todos las habéis visto y no es el objeto de este post pero sí hay dos preguntas a las que voy a tratar de responder.

¿Debe mostrarse el horror y la crudeza de la guerra en televisión?

Hay quien cuestiona que se muestren las imágenes más crudas en televisión argumentando que no aportan nada. Disiento completamente. Desgraciadamente la guerra es así, creo que no hay que edulcorarla sino mostrarla con toda su crudeza y su horror (siguiendo los códigos informativos establecidos y no mostrando rostros) para que nos demos cuenta de que saca lo peor del ser humano y de que siempre hay que intentar evitarlas. Si lo que estamos viendo en Bucha nos horroriza, ¿qué no estará ocurriendo en ciudades arrasadas y zonas apagadas informativamente como Mariúpol o Járkov? Probablemente lo sabremos cuando las tropas rusas se retiren y los periodistas y los organismos internacionales puedan entrar a verificar lo ocurrido con pruebas fehacientes y respetando la denominada cadena de custodia. Y lo que hemos visto en Bucha puede suponer un punto de inflexión en la guerra ante las reacciones y la conmoción que está generando.

También creo que el relato de los testigos directos sirven para reivindicar el trabajo de los profesionales de la información enviados a las zonas de combate, una especie prácticamente en vías de extinción porque a muchos medios informativos les dejó de compensar enviarlos a cubrir los conflictos armados. Periodistas (corresponsales de guerra y enviados especiales), cámaras, productores y ‘fixers’, los periodistas o personas locales que hacen las veces de intérpretes y de guías de los periodistas sobre el terreno.

Almudena Ariza es una de las enviadas especiales de TVE en Ucrania.

En mi caso, además de los diarios digitales a los que estoy suscrito y de las radios que escucho, si hablamos de televisión, me estoy informando principalmente a través de TVE. Considero que está haciendo una cobertura fantástica demostrando por qué una televisión pública es tan necesaria. La cobertura in situ de Almudena Ariza, Oscar Mijallo, Fran Sevilla así como la de profesionales de otros medios como Mikel Ayestarán, Mónica Bernabé, María Sauquillo o Alberto Sicilia tiene un valor enorme y creo que es necesario reconocerla y reivindicarla.

En cambio, otros corresponsales de guerra y fotoperiodistas españoles han tenido que empezar a trabajar para medios extranjeros los últimos años ante la precariedad de sus condiciones colaborando con medios españoles. Para reivindicar su labor, la de los caídos y la de los que continúan jugándose la vida para informar sobre las guerras, recomiendo ver «Morir para contar», el documental de Hernán Zin. Está en Netflix y aquí podéis ver un trailer.

¿Cómo es posible que haya negacionistas de los crímenes de guerra que vemos en Ucrania?

La segunda pregunta que me hago y a la que me es más difícil responder es cómo es posible que haya gente que niegue esos crímenes de guerra que los medios de comunicación y organismos internacionales están documentando. Y no me refiero a la propaganda rusa que niega lo ocurrido y difunde teorías alternativas sobre un supuesto montaje ucraniano. Me refiero a nuestro propio país, en las redes sociales, especialmente en Twitter, una red básicamente abierta e «informativa». Según escuché ayer, siempre hay «negacionistas» de los genocidios, ya sean los ocurridos en Chechenia, en Ruanda, en la antigua Yugoslavia o en cualquier otro lugar donde haya habido una guerra.

Estos negacionistas deben creerse los más listos de la clase negando lo que vemos y acusando a los medios de formar parte de un ejército de manipuladores al servicio de Estados Unidos. Es evidente que vivimos en un mundo en el que los bulos, las «fake news» y la desinformación son tristemente habituales. También lo es que la versión de la guerra que estamos viendo en España es básicamente la ucraniana. Pero es que en Rusia se ha expulsado y amenazado con hasta 15 años de prisión a los periodistas o a cualquiera que disienta de la versión oficial del Kremlin y ose hablar de guerra en lugar de «operación militar especial». Poner en cuestión el trabajo de los medios y periodistas y de los organismos internacionales que están en Ucrania me parece incomprensible y hasta peligroso.

A los negacionistas y a los criminales de guerra el tiempo les acabará poniendo en su lugar, en el caso de Vladimir Putin y quienes han ordenado y ejecutado una invasión injustificada y atroz, espero y deseo que ante la justicia del Tribunal Penal Internacional. Termino recordando las palabras de Julio Anguita tras la muerte de su hijo, Julio Anguita Parrado, corresponsal de guerra de El Mundo en la guerra de Irak: «malditas sean las guerras y los canallas que las hacen».

Por un 2022 lleno de reencuentros e ilusión

Últimamente bromeo con mi padre diciéndole que parece Chiquito de la Calzada. Las pocas veces que nos vemos, siempre en exteriores y a dos metros, tiene un acto reflejo de dar un paso hacia atrás cuando te aproximas un poco. El miedo es libre y él, como la mayoría de nosotros, teme al contagio. Por eso estos dos últimos años ha decidido no juntarse con nadie en las fechas navideñas. Lo hemos respetado y ha hecho muy bien, no como yo que me he contagiado de nuevo recientemente por bajar la guardia.

Creo que, al igual que mi padre, todos nos hemos vuelto desconfiados ante el contacto humano. Especialmente ante los desconocidos y en interiores pero también con conocidos e incluso en exteriores. El ser humano ha pasado a temer al ser humano y hemos ido creando nuestras propias burbujas de seguridad y, salvo algunos meses de menor incidencia, hemos dejado de ver a muchos amigos y familiares.

Ahora con la nueva variante Ómicron está incluso más justificado ya que es altamente contagiosa, incluso al aire libre estando cerca, puedo dar fe. Quizá esta alta transmisibilidad sea por fin el principio del fin de la pandemia y el virus acabe quedando como una enfermedad endémica más, como ya apuntan cada vez más epidemiólogos.

2021 ha sido un año de pérdidas, para mi y supongo que para casi todos. Inesperadas y dolorosas como la de mi tío Ramón y la de Gregorio, el padre de Paz, o injustas y fácilmente superables como la de mi anterior trabajo. Pero la vida también se renueva con amigos que siguen teniendo hijos o encontrando nuevo empleo y colaboraciones.

Mi familia paterna al completo en las bodas de oro de mis padrinos Manolo y Olga hace unos años.

Finalmente no terminaré el año trotando en la festiva San Silvestre Vallecana como pretendía. Pero 2021 termina para mi con un pequeño gesto cargado de significado. Mi padre me ha traído hoy unas chuletas de cordero lechal para que coma algo «especial» en Nochevieja o Año Nuevo. Puede parecer un detalle nimio pero refleja que va venciendo su miedo a acercarse a un contagiado (con mascarilla y a dos metros). Y es que creo que todos debemos empezar a naturalizarlo y a asumir que el coronavirus, como otras enfermedades anteriores, ha llegado para quedarse y no puede seguir paralizando nuestra vida.

Para terminar este post, a 2022 sólo le pediría que veamos de nuevo a todos aquellos a los que no hemos visto durante estos casi dos años de pandemia. También que podamos tener conversaciones donde no hablemos del puñetero virus. Y, sobre todo, que volvamos a vivir normalmente, sin miedo y con ilusión. Feliz año a todos.