Últimamente bromeo con mi padre diciéndole que parece Chiquito de la Calzada. Las pocas veces que nos vemos, siempre en exteriores y a dos metros, tiene un acto reflejo de dar un paso hacia atrás cuando te aproximas un poco. El miedo es libre y él, como la mayoría de nosotros, teme al contagio. Por eso estos dos últimos años ha decidido no juntarse con nadie en las fechas navideñas. Lo hemos respetado y ha hecho muy bien, no como yo que me he contagiado de nuevo recientemente por bajar la guardia.
Creo que, al igual que mi padre, todos nos hemos vuelto desconfiados ante el contacto humano. Especialmente ante los desconocidos y en interiores pero también con conocidos e incluso en exteriores. El ser humano ha pasado a temer al ser humano y hemos ido creando nuestras propias burbujas de seguridad y, salvo algunos meses de menor incidencia, hemos dejado de ver a muchos amigos y familiares.
Ahora con la nueva variante Ómicron está incluso más justificado ya que es altamente contagiosa, incluso al aire libre estando cerca, puedo dar fe. Quizá esta alta transmisibilidad sea por fin el principio del fin de la pandemia y el virus acabe quedando como una enfermedad endémica más, como ya apuntan cada vez más epidemiólogos.
2021 ha sido un año de pérdidas, para mi y supongo que para casi todos. Inesperadas y dolorosas como la de mi tío Ramón y la de Gregorio, el padre de Paz, o injustas y fácilmente superables como la de mi anterior trabajo. Pero la vida también se renueva con amigos que siguen teniendo hijos o encontrando nuevo empleo y colaboraciones.
Finalmente no terminaré el año trotando en la festiva San Silvestre Vallecana como pretendía. Pero 2021 termina para mi con un pequeño gesto cargado de significado. Mi padre me ha traído hoy unas chuletas de cordero lechal para que coma algo «especial» en Nochevieja o Año Nuevo. Puede parecer un detalle nimio pero refleja que va venciendo su miedo a acercarse a un contagiado (con mascarilla y a dos metros). Y es que creo que todos debemos empezar a naturalizarlo y a asumir que el coronavirus, como otras enfermedades anteriores, ha llegado para quedarse y no puede seguir paralizando nuestra vida.
Para terminar este post, a 2022 sólo le pediría queveamos de nuevo a todos aquellos a los que no hemos visto durante estos casi dos años de pandemia. También que podamos tener conversaciones donde no hablemos del puñetero virus. Y, sobre todo, que volvamos a vivir normalmente, sin miedoy con ilusión. Feliz año a todos.
Hoy hemos despedido a mi tío Ramón en un bonito y emotivo acto. Su adiós nos sorprendió a todos porque tenía buena salud y además estaba muy contento porque le acababan de vacunar. También nos han sorprendido muy gratamente todos los reconocimientos y muestras de cariño recibidos de su otra familia, la del mundo de la magia. Una afición tardía que se acabó convirtiendo en su gran pasión en la segunda parte de su vida y en la que se convirtió en un referente. Cuando alguien se va solemos escuchar mensajes positivos pero, en el caso de Ramón, en la familia nos han emocionado los elogios que ha recibido, no sólo como el gran mago que era sino sobre todo por cómo han destacado su nobleza, humildad y generosidad.
El otro día escribí una nota biográfica para las asociaciones de magos y me costó resumir su trayectoria en menos de un folio ya que Ramón era casi un hombre del Renacimiento, por todo lo que hizo en su vida y todos los conocimientos que atesoraba. Ingeniero, diplomado en guión y dirección de cine, periodista y, finalmente, mago. De todo le podías preguntar y de prácticamente todo sabía porque era un lector empedernido y alguien muy inteligente. Como el decía, el día que pierdas la curiosidad tu vida empezará a ir en declive. Y él la mantuvo hasta el final.
Mis mejores amigos me dicen que soy un poco coñazo presumiendo de la familia pero es que tengo mucha suerte de tener unos tíos y primos maravillosos y Ramón también lo era. Quizá no era el más familiar, era muy independiente y aunque socializaba mucho a través de la magia, también le gustaba estar solo en casa, con sus novelas de ciencia ficción o leyendo cualquier cosa, siempre aprendiendo algo nuevo. Descubría un programa de diseño 3D o de edición de vídeo y en unos días aprendía a manejarlo y ya te hacía un buen montaje, creo que no he visto a nadie de su generación con esa capacidad para empaparse con cada nueva tecnología que aparecía. Cuando aparecieron las videocámaras, en las reuniones familiares en Navidades nos grababa y nos hacía desaparecer y todo tipo de diabluras. También me asesoró y acompañó para comprarme mi primer ordenador. Siempre podías preguntarle cualquier duda, el te explicaba lo que fuera con una paciencia infinita. Sus compañeros magos también destacan su vocación didáctica, cuando le pedían ayuda no tardaba en responderles y montar un zoom para explicarles lo que fuera necesario.
Las tres generaciones de la familia Riobóo y amigos celebrando las bodas de oro de Olga y Manolo
Ramón siempre decía que una de sus mejores decisiones en la vida había sido aprender bien inglés. Aunque lo estudió algo en la Escuela oficial de idiomas y también estuvo una temporada en Inglaterra, básicamente fue autodidacta. Nos contaba que prácticamente todos los días leía al menos una hora en inglés y buscaba las palabras y expresiones que no conocía. Decía que le había abierto muchas puertas profesionales, como ingeniero al principio y posteriormente en el periodismo y la magia. También a nivel personal, lo que le permitió tener amigos extranjeros, acudir a congresos internacionales y tender puentes entre los magos anglosajones y españoles. Aunque también me arrepiento de no haber aprendido magia con él más allá de algún truco muy básico (realmente nunca los contaba, decía «No hay nada que explicar, ¡es magia!» y te obligaba a comerte la cabeza pensando como podía hacerlo), con el inglés si le hice caso y también me ha ayudado, profesional y personalmente.
Los seis hermanos Riobóo, de menor a mayor
Otra lección que aprendí de Ramón es que nunca es tarde para aprender cualquier cosa ni tienes que pensar que ya no lo vas a poder hacer porque eres demasiado mayor. Ana Tamariz, en cuya escuela de magia Ramón dio clase varios años, nos contaba el otro día que siempre que llega alguien con más de treinta años con dudas sobre si empezar a aprender a esa edad, siempre les pone el ejemplo de Ramón. Comenzó a aprender magia a los 51 años tras ir a un seminario de Juan Tamariz y enamorarse de la cartomagia. Con su gran maestro en España le unían una gran amistad y algunas casualidades, como haber vivido en el mismo edificio en la infancia, aunque por la diferencia de edad no se conocieron hasta que el ilusionismo les unió. Para Ramón, era un reto intelectual, magia pensada. Por eso era considerado un mago de magos, le gustaba «engañar a los que nos engañan».
Estos días también he descubierto esta entrevista en un podcast que hasta ahora desconocía en la que Ramón repasaba toda su vida. Al final de ella hablaba abiertamente de cómo quería irse. No le tenía miedo a la muerte, sí a una larga enfermedad. Quería irse como se ha ido, de forma rápida y sin sufrir. Aunque reconocía que se cuidaba muy poco tenía buena salud y todos esperábamos que hubiera vivido unos cuantos años más pero me reconforta saber que ha tenido una vida plena. Siempre se le veía contento y con una actitud positiva, riendo continuamente. A Ramón la magia le hacia muy feliz porque le abrió las puertas de grandes amistades y le dio una gran safisfacción personal. También estoy seguro de que Ramón hizo feliz a mucha gente a través de la magia. El no creía en el más allá, yo realmente tampoco pero, por si acaso, me gusta pensar que si hay algo se encontrará de nuevo allí con sus padres y con mi madre. Cuando llegue, ella bromeará como solía hacer y él responderá irónicamente y le pondrá al día de la familia. Quizá algún día nos reuniremos todos de nuevo. Mientras tanto, le vamos a echar mucho de menos.
*Adjunto una breve biografía de Ramón
Ramón Riobóo, el mago de los magos
Ramón Riobóo Bujones nos ha dejado a los 85 años. Nacido en Ferrol (La Coruña) en 1936, su vida es un ejemplo de una curiosidad inagotable marcada por tres grandes pasiones: la magia, el periodismo y el cine.
Respondiendo a una primera vocación científica, Ramón estudió Ingeniería Técnica Industrial y ejerció la profesión hasta que, a los 33 años, su pasión cinéfila le llevó a estudiar las especialidades de guión y dirección en la Escuela Oficial de Cine de Madrid y a dirigir un mediometraje y escribir varios guiones. Paralelamente comenzó a estudiar periodismo al crearse la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense.
Tras terminar de estudiar cine, Ramón ingresó en TVE en 1974, primero como colaborador y posteriormente como fijo y allí, junto a tres de sus hermanos (Francisco, Jorge y Carmen) formó una auténtica saga periodística en la televisión pública. Su primer programa fue “Vuela fantasía” y posteriormente siguieron otros como el espacio de entrevistas científicas “Vivir cada día”, “Silencio se juega”, distintos puestos en los servicios informativos y finalmente el programa “Días de Cine” en donde permaneció como subdirector hasta 1994 cuando decidió jubilarse anticipadamente.
La tercera gran vocación de su vida fue la más tardía. A los 51 años Ramón asistió a un seminario de mnemotécnica de Juan Tamariz en la Sociedad Española de Ilusionismo (SEI) y se enamoró de la magia. Comenzó formándose en la academia Metrópoli y terminó especializándose en magia con cartas. Pocos años después, en 1991, ganó su primer concurso de magia, el Premio Ascanio, al que siguió en 1993 el Primer Premio de Cartomagia en el XIX Congreso Nacional de Barcelona.
Considerado como un mago de magos, sus mayores influencias han sido Juan Tamariz, Paul Curry, Charles Jordan, Alex Elmsley o Johann Hofzinser, entre muchos otros.
Ramón siempre ha reconocido no ser un gran manipulador con las manos pero consideraba que la magia no es sólo una cuestión de rapidez de manos sino que es pensada, para despistar y sorprender al cerebro. Por ello, aplicó sus numerosos conocimientos en psicología y matemáticas a la cartomagia. Investigador incansable y creador y adaptador de tantos trucos, sus propios compañeros magos fueron quienes le animaron a transmitir sus conocimientos en dos libros, “La magia pensada” (2002) y “Más magia pensada” (2010).
Ramón era socio de la SEI y del CIP, fue profesor en la Escuela de Magia de Ana Tamariz y era ponente habitual en numerosos congresos nacionales e internacionales ya que le apasionaba intercambiar conocimientos y ayudar a formarse a jóvenes magos. A Ramón la magia le hacía feliz y él hizo feliz a mucha gente a través de la magia.
Hoy es el día de la madre. Para mi es un día triste, para qué voy a negarlo. Lees y ves felicitaciones por todos lados y tu no puedes hacerlo, de hecho casi ni te acuerdas de cómo fue la última vez que lo celebraste junto a ella. Y así ha sido desde que tengo 18 años. Mi madre murió de un cáncer fulminante que se la llevó en apenas seis meses y con 50 años recién cumplidos. Ante sus continuas molestias, le diagnosticaron algo erróneo y, cuando le hicieron las pruebas adecuadas, ya era demasiado tarde para intentar salvarla.
Me costó muchísimo superar su muerte y su ausencia. Era un adolescente excesivamente tímido y estaba muy unido a ella, la quería más que a nadie en el mundo y su enfermedad y desenlace me pilló en el peor momento posible. Tras irse y durante años, cuando alguien hablaba de su madre o me preguntaba por la mía intentaba evitar el tema. A veces hablaba de ella como si siguiera viva para no contar mis penas o cambiaba de tema rápidamente porque me seguía costando un mundo afrontarlo.
Dicen que hay un hecho en tu vida que te cambia para siempre. Para mi, sin duda, fue ese. Me dejó destrozado durante mucho tiempo. Mi padre me llevó poco después un día a una psicóloga pero me cerré en banda y no quise volver más ni que me recetaran ninguna medicación que me pudiera animar artificialmente. Preferí intentar superarlo yo solo, muy probablemente me equivoqué, pero era demasiado reservado para contarle a nadie lo triste que estaba. Asimilarlo me llevó mucho tiempo, demasiado. Pero al final también creo que me hizo más fuerte para afrontar y relativizar otros problemas que han venido después, ya sean pérdidas de otros seres queridos, rupturas sentimentales o problemas laborales.
Tengo un amigo que vivió una situación muy parecida y creo que tenemos muchas cosas en común y también pienso que sufrir aquello le hizo más fuerte. Un día me contó que su psicóloga le había dicho que, sin darse cuenta, buscaba una pareja que le recordara a su madre. Creo que a mi, en cierta forma, también me ha pasado lo mismo. Siempre, aunque sea inconscientemente, he buscado cualidades de ella en mis novias. Su alegría. Su nobleza. Su simpatía. Su generosidad. Hasta lo bien que bailaba o lo artista que era.
A pesar de que han pasado 25 años desde que nos dejó, a mis hermanas, a mi padre y a mi nos sigue costando hablar de ella y nos da rabia que no haya podido conocer a sus cuatro nietos porque los habría querido con locura. También me da rabia darme cuenta de que cada vez tengo menos recuerdos de ella, en gran parte porque quien más la recordaba era mi abuela y se fue hace ya siete años.
A través de los recuerdos de mi abuela y viendo como se emocionaba cada vez que hablaba de ella, también descubrí que si es duro perder a un padre o una madre, es infinitamente más doloroso perder a un hijo. Con la marcha de mi abuela, mi segunda madre también se fue. Por eso, quienes tenéis la suerte de tener a vuestra madre, aprovechadlo al máximo celebrando este día o cualquier otro momento junto a ella. Yo no puedo hacerlo pero, aunque me siga costando hablar de ella y cada vez tenga menos recuerdos suyos, la echo de menos cada día.