Porque reivindica el periodismo de investigación y de calidad, a través de una historia real, en un momento donde su presencia es cada vez menor en los medios de comunicación.
Porque reclama situar al periodismo como el verdadero cuarto poder capaz de denunciar los abusos del poder y como servicio público a la sociedad.
Porque demuestra que para hacer buen periodismo se necesitan tiempo, paciencia y recursos frente a la tiranía de la inmediatez y la información banal.
Porque homenajea a un director y unos periodistas que lucharon en soledad contra el silencio y la connivencia de muchas esferas de la sociedad para destapar lo que era un secreto a voces.
Porque supone una guía moral y profesional para quienes quieren ejercer el periodismo independiente.
Porque muestra el día a día de los periodistas y el funcionamiento de una redacción sin idealizarlos reflejando su cotidianidad de forma realista.
Porque recuerda la persistencia y sensibilidad que deben tener los periodistas al tratar con las fuentes informativas, especialmente en temas tan delicados como el que trató el Boston Globe.
Porque trata un tema tan sensible y censurable como la pederastia sin buscar el morbo o el sensacionalismo.
Porque pone el foco en una norma obligatoria en la Iglesia católica, el celibato, cuya vigencia es más que discutible por las consecuencias y limitaciones que implica.
Porque el guión es riguroso y las interpretaciones de Mark Ruffalo, Michael Keaton, Rachel McAdams o Stanley Tucci y la dirección de Tom McCarthy son tan contenidas como efectivas.
Porque, al fin, nos reconcilia con el periodismo bien hecho, una profesión hoy denostada y poco valorada y que es más necesario que nunca reivindicar.
‘Spotlight’ es una magnífica heredera de «Todos los hombres del presidente», otro de los títulos imprescindibles sobre el periodismo de investigación. No os la perdáis.
El deporte muy a menudo va más allá del terreno de juego. En ocasiones es una metáfora de la sociedad y la vida y hay otras en las que rivalidades patrióticas convierten un partido en una suerte de guerra simbólica, afortunadamente infinitamente menos dañina que las reales.
‘Red Army’ es un documental que narra los destinos paralelos de la Unión Soviética y del legendario equipo de hockey sobre hielo conocido como «El ejército rojo», probablemente el mejor de la historia de un deporte que es casi una religión en las latitudes del norte del planeta.
La historia, tanto del equipo como del grupo de jugadores irrepetibles que lo formaban, se narra a través del testimonio de Slava Fetisov, carismático capitán de un equipo que, mientras extendía su arte sobre las pistas de hielo, servía paralelamente al régimen soviético como su mejor arma de propaganda. A través de sus éxitos la URSS quería decir al mundo: «Somos los mejores en hockey porque el sistema comunista es el mejor». El equipo realmente formaba parte de la estrategia política, por algo fue fundado por Stalin y el régimen no escatimaba gastos para seleccionar a los mejores jugadores a los que posteriormente hacían entrenar en una dinámica espartana en la que el fin justificaba los medios.
Póster oficial de la película ‘Red Army’ en la última edición del festival de Cannes.
La Guerra Fría sobre el hielo
En un primer momento el entrenador de esta armada sobre el hielo fue el entrañable Anatoli Tarasov, una leyenda de los banquillos con buenas maneras y que bebía de las tácticas sobre el tablero de ajedrez del campeón del mundo Anatoli Karpov y de los movimientos de los bailarines del teatro del Bolshoi. Mezclando estos ingredientes hizo que el juego del equipo fuera elevado a la categoría de arte frente a la dureza del que se practicaba, por ejemplo, en Estados Unidos. Bajo la batuta de Tarasov, la URSS fue tres veces campeona olímpica y el CSKA de Moscú se convirtió en el mejor equipo europeo de la época.
A medida que la influencia de la KGB en el equipo se hizo mayor en la era de Breznev (1960-1982), también se produjo un cambió de entrenador directamente impuesto por la central de inteligencia soviética con la llegada de Viktor Tikhonov en 1978, un entrenador que impuso una disciplina militar obligando a los jugadores a entrenar hasta cuatro veces al día y a residir en campamentos impidiéndoles estar con sus familias cuando más lo necesitaban. Evidentemente era odiado por sus jugadores pero al régimen eso poco le importaba. El hockey era una herramienta más de propaganda política durante la Guerra Fría y la invasión de Afganistán.
Esa selección soviética fue prácticamente inexpugnable durante casi veinte años llegando a conseguir el oro olímpico en cuatro ocasiones consecutivas. Hasta los Juegos Olímpicos de invierno de 1980 en Lake Placid, un hecho conocido como «El milagro sobre hielo» ya que Estados Unidos, con un equipo de jugadores no profesionales, consiguió derrotar a la todopoderosa URSS. La victoria histórica está perfectamente reflejada en la sobresaliente “El milagro” (Gavin O´Connor, 2004) en la que los actores que interpretan a jugadores no son tales sino verdaderos profesionales del hockey sobre hielo, lo que dota a las escenas de juego de mucha mayor verosimilitud. El hecho en aquel momento supuso para Estados Unidos mucho más que una gran victoria deportiva, algo que prueba la propia implicación del entonces presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, que se tomó aquellos Juegos como un asunto de estado para el que continuamente hablaba con el seleccionador Herbert Brooks. EEUU no podía ser derrotado en casa por la URSS y finalmente aquel valiente equipo lo consiguió.
La decadencia de la URSS y la apertura del régimen
A pesar de la dolorosa derrota en los Juegos de 1980, la URSS se propuso recuperar su supremacía y, bajo las órdenes de Tikhonov, se formó un quinteto de leyenda con Slava Fetisov y Alexei Kasatonov en defensa y un ataque formado por Sergei Makarov, Igor Larionov y Vladimir Krutov completado por Alexander Tretiak en la portería. Mientras los cinco rusos seguían puliendo su química como equipo, el régimen aceptaba que realizaran giras por Estados Unidos y Canadá para demostrar al mundo occidental el éxito de sus políticas a través del deporte. Pero estos viajes también hacían que los jugadores comprobaran in situ las posibilidades y la libertad de la que se disfrutaba en estos países y por ello iban acompañados de agentes de la KGB con el objetivo de evitar fugas. Pero poco a poco iba calando en ellos que existía otro tipo de vida con más oportunidades. El equipo se convirtió en invencible y en Sarajevo 84 recuperó el oro olímpico. Pero después la tentación empezó a llamar a la puerta de los mejores jugadores en forma de ofertas millonarias para dar el salto a la liga profesional de Estados Unidos. Y los jugadores tuvieron que negociar su salida con un régimen que poco a poco se daba cuenta de que intentar detener lo inevitable era simplemente imposible.
Slava Fetisov y el director del documental, Gabe Polsky, durante su presentación en el festival de Cannes.
Slava Fetisov decidió entonces oponerse al régimen defendiendo su libertad de poder ir a jugar profesionalmente a otro país. Así, tras negociar llegó al acuerdo de que si vencían en los Juegos de Calgary en 1988 le dejarían jugar en un equipo profesional de EEUU pero él no quería ceder entregando la mitad de su salario como pactaron otros jugadores. Su rebeldía le costó represalias y Fetisov fue condenado al ostracismo. No podía entrar en las pistas y tuvo que entrenar solo regresando junto a su primer técnico, Anatoli Tarasov. Su rebeldía le produjo incluso una disputa personal con su mejor amigo y compañero de selección Kasatonov, que no quería abandonar la URSS. Finalmente Fetisov se salió con la suya, pudo salir y, pese a que al principio estuvo marginado y no se adaptaba en EEUU, posteriormente logró triunfar. Años después, los cinco rusos se juntaron de nuevo al final de su carrera en los Detroit Red Wings de la NHL para asombrar al mundo del hockey.
Al igual que la URSS, el equipo de hockey vivió una época de grandeza a la que sucedió otra de decadencia que desembocaría en la apertura del régimen a través de la Perestroika de Gorbachov y del propio deporte mediante la emigración masiva de los jugadores a Estados Unidos. El precursor fue el propio Fetisov, que fue capaz de desafiar al régimen soviético negándose a aceptar sus condiciones para poder jugar en EEUU y abriendo la puerta para el resto de los jugadores. Desde 1989 más de 500 jugadores de la antigua URSS han jugado en la NHL, la liga profesional estadounidense.
El documental alterna sugerentes imágenes de archivo con los testimonios de Fetisov y de algunos de los jugadores de este equipo mítico y está perfectamente sazonado de momentos emotivos y de toques de humor. No hace falta saber nada de hockey para disfrutarlo porque utiliza el deporte para hablar del comportamiento humano y de cómo era el mundo en aquellos años. Seguro que enganchará y hará disfrutar a todos los nostálgicos de los años ochenta. Y es que los ochenta siempre vuelven…
El deporte en muchas ocasiones puede ser un fiel reflejo de la propia vida. El diccionario de la Real Academia de la Lengua lo define con dos acepciones. La primera lo describe como una actividad física, ejercida como juego o competición, cuya práctica supone entrenamiento y sujeción a normas. La segunda refleja su lado más hedonista y lo define como recreación, pasatiempo, placer, diversión o ejercicio físico, por lo común al aire libre. Es decir, el deporte es una actividad física donde jugamos, nos entrenamos para mejorar, competimos de acuerdo a unas reglas y también disfrutamos y nos divertimos mientras ocupamos nuestro tiempo libre. Con estos supuestos bien podríamos decir que el deporte es una metáfora de la vida misma donde también jugamos, luego nos formamos, después trabajamos y competimos en una sociedad sujeta a leyes y en la que también tratamos de disfrutar de nuestro tiempo libre.
El deporte significa diversión pero, también, aprendizaje. (Foto: Víctor Fernández-Peñaranda).
Las aptitudes y las actitudes deportivas y vitales
Seguimos con el diccionario. Un simil es una figura que consiste en comparar expresamente una cosa con otra para dar idea viva y eficaz de una de ellas. El deporte nos sirve constantemente para comparar y reflejar mejor aptitudes y actitudes deseables o censurables. Entre las positivas podemos ser constantes como un maratoniano, resistentes como un ironman, precisos como un arquero o valientes como un ciclista. O incluso recurriendo a ejemplos concretos del deporte profesional podemos ser perfeccionistas como Fernando Alonso, luchadores como Rafa Nadal, infatigables como Mireia Belmonte, ambiciosos como Cristiano Ronaldo o caballerosos como Miguel Indurain. La lista podría ser prácticamente interminable.
A la vez podemos encontrar ejemplos negativos ya que también hay quien puede ser tramposo como un deportista dopado que engaña para triunfar o codicioso como quien se deja comprar para amañar un partido. Estos casos son la prueba más clara de que para algunos el fin justifica los medios, algo que vemos constantemente en la vida diaria. Y es que el maquiavelismo también está a menudo presente en algunas figuras del deporte, pero aquí no daremos nombres.
En el deporte, como en la vida, es fundamental aprender a levantarnos tras caer. (Foto: Víctor Fernández-Peñaranda).
El deporte como metáfora
Siguiendo con el diccionario, una metáfora es la aplicación de una palabra o expresión a un objeto o a un concepto, al cual no denota literalmente, con el fin de sugerir una comparación (con otro objeto o concepto) y facilitar su comprensión. Así el deporte también puede ser una metáfora perfecta de muchos aspectos de la sociedad y de la propia vida. Por ejemplo, un partido puede ser una metáfora, generalmente y afortunadamente pacífica, de una guerra y el fútbol puede ser un lenguaje universal ya que permite comunicarse y compartir una pasión a medio mundo. Pero también los fichajes pueden ser un reflejo del mercado o de la bolsa y el deporte profesional puede simbolizar el propio funcionamiento de la economía o la política. E incluso determinados deportes elitistas sólo al alcance de aquellos con más recursos pueden representar las diferencias e injusticias sociales.
El deporte es una metáfora de la vida con sus miserias y sueños alcanzados. (Foto: Víctor Fernández-Peñaranda)
El deporte como forma de conocimiento de los seres humanos
El deporte también es una forma de conocimiento de los seres humanos y podemos saber más de los demás en función del deporte que practican, cómo lo afrontan, qué comportamiento muestran hacia él o hasta dónde llega su pasión. Es lo que cuenta el último capítulo de la webserie S.O.P.A. (Sabiduría Original Prácticamente Absurda). Se trata de un concepto novedoso de serie para internet con capítulos independientes en los que dos personajes dialogan con un plato de sopa de por medio y que tiene en el humor, en general absurdo, un ingrediente sabroso y fundamental. En cada entrega aparecen dos actores diferentes y el director y el tema también cambian si bien la originalidad permanece.
Su quinto capítulo gira en torno a la compatibilidad entre una posible pareja que se conoce en una cita a ciegas, una situación en la que la afición a un deporte concreto puede jugar un papel importante para que prenda la chispa. En este caso es el Curling, un juego tan desconocido en España y Latinoamérica como enormemente popular en los países del norte del planeta. Y es que este peculiar deporte también puede ser para algunos una metáfora de la sociedad y de cómo una persona la comprende. Porque, como invita a reflexionar el propio corto, ¿nos gusta que a los demás les guste lo que nos gusta?
Parece evidente que el deporte puede unirnos o separarnos porque al final, en muchos casos, no deja de ser un reflejo del ser humano y de la vida misma, con sus miserias y grandezas, sus alegrías y sus penas, sus éxitos y fracasos. Por eso quizá nos gusta tanto.
*Las fotografías que ilustran este artículo son de nuestro colaborador Víctor Fernández-Peñaranda. En su página de Facebook podéis disfrutar más trabajos suyos.