Daniel Riobóo Buezo Seguir a @danirioboo
Hoy hemos despedido a mi tío Ramón en un bonito y emotivo acto. Su adiós nos sorprendió a todos porque tenía buena salud y además estaba muy contento porque le acababan de vacunar. También nos han sorprendido muy gratamente todos los reconocimientos y muestras de cariño recibidos de su otra familia, la del mundo de la magia. Una afición tardía que se acabó convirtiendo en su gran pasión en la segunda parte de su vida y en la que se convirtió en un referente. Cuando alguien se va solemos escuchar mensajes positivos pero, en el caso de Ramón, en la familia nos han emocionado los elogios que ha recibido, no sólo como el gran mago que era sino sobre todo por cómo han destacado su nobleza, humildad y generosidad.

El otro día escribí una nota biográfica para las asociaciones de magos y me costó resumir su trayectoria en menos de un folio ya que Ramón era casi un hombre del Renacimiento, por todo lo que hizo en su vida y todos los conocimientos que atesoraba. Ingeniero, diplomado en guión y dirección de cine, periodista y, finalmente, mago. De todo le podías preguntar y de prácticamente todo sabía porque era un lector empedernido y alguien muy inteligente. Como el decía, el día que pierdas la curiosidad tu vida empezará a ir en declive. Y él la mantuvo hasta el final.
Mis mejores amigos me dicen que soy un poco coñazo presumiendo de la familia pero es que tengo mucha suerte de tener unos tíos y primos maravillosos y Ramón también lo era. Quizá no era el más familiar, era muy independiente y aunque socializaba mucho a través de la magia, también le gustaba estar solo en casa, con sus novelas de ciencia ficción o leyendo cualquier cosa, siempre aprendiendo algo nuevo. Descubría un programa de diseño 3D o de edición de vídeo y en unos días aprendía a manejarlo y ya te hacía un buen montaje, creo que no he visto a nadie de su generación con esa capacidad para empaparse con cada nueva tecnología que aparecía. Cuando aparecieron las videocámaras, en las reuniones familiares en Navidades nos grababa y nos hacía desaparecer y todo tipo de diabluras. También me asesoró y acompañó para comprarme mi primer ordenador. Siempre podías preguntarle cualquier duda, el te explicaba lo que fuera con una paciencia infinita. Sus compañeros magos también destacan su vocación didáctica, cuando le pedían ayuda no tardaba en responderles y montar un zoom para explicarles lo que fuera necesario.

Ramón siempre decía que una de sus mejores decisiones en la vida había sido aprender bien inglés. Aunque lo estudió algo en la Escuela oficial de idiomas y también estuvo una temporada en Inglaterra, básicamente fue autodidacta. Nos contaba que prácticamente todos los días leía al menos una hora en inglés y buscaba las palabras y expresiones que no conocía. Decía que le había abierto muchas puertas profesionales, como ingeniero al principio y posteriormente en el periodismo y la magia. También a nivel personal, lo que le permitió tener amigos extranjeros, acudir a congresos internacionales y tender puentes entre los magos anglosajones y españoles. Aunque también me arrepiento de no haber aprendido magia con él más allá de algún truco muy básico (realmente nunca los contaba, decía «No hay nada que explicar, ¡es magia!» y te obligaba a comerte la cabeza pensando como podía hacerlo), con el inglés si le hice caso y también me ha ayudado, profesional y personalmente.

Otra lección que aprendí de Ramón es que nunca es tarde para aprender cualquier cosa ni tienes que pensar que ya no lo vas a poder hacer porque eres demasiado mayor. Ana Tamariz, en cuya escuela de magia Ramón dio clase varios años, nos contaba el otro día que siempre que llega alguien con más de treinta años con dudas sobre si empezar a aprender a esa edad, siempre les pone el ejemplo de Ramón. Comenzó a aprender magia a los 51 años tras ir a un seminario de Juan Tamariz y enamorarse de la cartomagia. Con su gran maestro en España le unían una gran amistad y algunas casualidades, como haber vivido en el mismo edificio en la infancia, aunque por la diferencia de edad no se conocieron hasta que el ilusionismo les unió. Para Ramón, era un reto intelectual, magia pensada. Por eso era considerado un mago de magos, le gustaba «engañar a los que nos engañan».
Estos días también he descubierto esta entrevista en un podcast que hasta ahora desconocía en la que Ramón repasaba toda su vida. Al final de ella hablaba abiertamente de cómo quería irse. No le tenía miedo a la muerte, sí a una larga enfermedad. Quería irse como se ha ido, de forma rápida y sin sufrir. Aunque reconocía que se cuidaba muy poco tenía buena salud y todos esperábamos que hubiera vivido unos cuantos años más pero me reconforta saber que ha tenido una vida plena. Siempre se le veía contento y con una actitud positiva, riendo continuamente. A Ramón la magia le hacia muy feliz porque le abrió las puertas de grandes amistades y le dio una gran safisfacción personal. También estoy seguro de que Ramón hizo feliz a mucha gente a través de la magia. El no creía en el más allá, yo realmente tampoco pero, por si acaso, me gusta pensar que si hay algo se encontrará de nuevo allí con sus padres y con mi madre. Cuando llegue, ella bromeará como solía hacer y él responderá irónicamente y le pondrá al día de la familia. Quizá algún día nos reuniremos todos de nuevo. Mientras tanto, le vamos a echar mucho de menos.
*Adjunto una breve biografía de Ramón
Ramón Riobóo, el mago de los magos
Ramón Riobóo Bujones nos ha dejado a los 85 años. Nacido en Ferrol (La Coruña) en 1936, su vida es un ejemplo de una curiosidad inagotable marcada por tres grandes pasiones: la magia, el periodismo y el cine.
Respondiendo a una primera vocación científica, Ramón estudió Ingeniería Técnica Industrial y ejerció la profesión hasta que, a los 33 años, su pasión cinéfila le llevó a estudiar las especialidades de guión y dirección en la Escuela Oficial de Cine de Madrid y a dirigir un mediometraje y escribir varios guiones. Paralelamente comenzó a estudiar periodismo al crearse la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense.
Tras terminar de estudiar cine, Ramón ingresó en TVE en 1974, primero como colaborador y posteriormente como fijo y allí, junto a tres de sus hermanos (Francisco, Jorge y Carmen) formó una auténtica saga periodística en la televisión pública. Su primer programa fue “Vuela fantasía” y posteriormente siguieron otros como el espacio de entrevistas científicas “Vivir cada día”, “Silencio se juega”, distintos puestos en los servicios informativos y finalmente el programa “Días de Cine” en donde permaneció como subdirector hasta 1994 cuando decidió jubilarse anticipadamente.
La tercera gran vocación de su vida fue la más tardía. A los 51 años Ramón asistió a un seminario de mnemotécnica de Juan Tamariz en la Sociedad Española de Ilusionismo (SEI) y se enamoró de la magia. Comenzó formándose en la academia Metrópoli y terminó especializándose en magia con cartas. Pocos años después, en 1991, ganó su primer concurso de magia, el Premio Ascanio, al que siguió en 1993 el Primer Premio de Cartomagia en el XIX Congreso Nacional de Barcelona.
Considerado como un mago de magos, sus mayores influencias han sido Juan Tamariz, Paul Curry, Charles Jordan, Alex Elmsley o Johann Hofzinser, entre muchos otros.
Ramón siempre ha reconocido no ser un gran manipulador con las manos pero consideraba que la magia no es sólo una cuestión de rapidez de manos sino que es pensada, para despistar y sorprender al cerebro. Por ello, aplicó sus numerosos conocimientos en psicología y matemáticas a la cartomagia. Investigador incansable y creador y adaptador de tantos trucos, sus propios compañeros magos fueron quienes le animaron a transmitir sus conocimientos en dos libros, “La magia pensada” (2002) y “Más magia pensada” (2010).
Ramón era socio de la SEI y del CIP, fue profesor en la Escuela de Magia de Ana Tamariz y era ponente habitual en numerosos congresos nacionales e internacionales ya que le apasionaba intercambiar conocimientos y ayudar a formarse a jóvenes magos. A Ramón la magia le hacía feliz y él hizo feliz a mucha gente a través de la magia.
Se nos ha ido un disfrutón, porque Ramón disfrutaba de la vida, de la magia, de la comida, de los amigos de todo lo que hacía como muy poca gente que he conocido nunca. Disfrutaba haciéndote un juego, picándote para que lo pensaras, cuando te lo explicaba, diciéndote una receta, polemizando sobre cualquier cosa, comentando algún asunto, tomando un vino, viajando, lo disfrutaba todo. Ha sido de las pocoa personas que he conocido que ha vivido la vida como ha querido hacerlo, sin alharacas, discretamente -eso pensaba el-, cuando ha sido de los magos y personas más reconocidos y queridos por la comunidad mágica.
Allá donde esté, estará pensando como hacer una magia que engañe a dioses, a demonios o al publico que la vea, porque el pensaba la magia para quien la iba a hacer.
En la magia pocos aportan, muy pocos, la mayoría interpretan, adaptan y escenifican lo que muy unos pocos privilegiados aportan, y Ramón aportó, fue de los pocos afortunados con esa capacidad y dejó una impronta que, yo, entre muchos otros, interpretamos, adaptamos y escenificados, no damos más.
Hasta siempre amigo, mago, mentor, cuando me lo dijeron no lo podía creer- y sigo sin hacerlo-, y te hecho mucho de menos -y lo que queda-, en mi, al menos, has dejado una huella imborrable.
Un abrazo allá donde estés.
javier
Muchas gracias por el comentario Javier, me ha gustado mucho. Efectivamente disfrutó mucho la magia y la vida, que es la mejor forma de pasar por ella.
[…] un año de pérdidas, para mi y supongo que para casi todos. Inesperadas y dolorosas como la de mi tío Ramón y la de Gregorio, el padre de Paz, o injustas y fácilmente superables como la de mi anterior […]