Interpretando la crisis

Daniel Riobóo Buezo

Cada día vemos en los informativos y comparecencias públicas por televisión, en un recuadrito en la parte inferior derecha de nuestras pantallas, a unas mujeres cuyas caras cada vez nos resultan más familiares. Al principio eran sólo cinco, ahora ya son ocho, y trabajan a destajo. Se pasan el día yendo a Moncloa, al Congreso y a donde haga falta. Son las intérpretes de lengua de signos de la Confederación Estatal de Personas Sordas. Voy a hablar de una de ellas. Cuando esta crisis sanitaria estalló estaba unos días de vacaciones en Canarias, su tierra natal. A pesar de declararse el estado de alarma, regresó porque su trabajo es esencial.

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Y es tan importante porque en España hay más de un millón de personas sordas y con algún tipo de discapacidad auditiva, aproximadamente un 2,3% de la población (último censo de 2008) y hasta hace dos años no se hacía la interpretación de comparecencias tras los Consejos de ministros o en los plenos de Congreso. Cuando interpretan se intercambian cada 20 minutos pero cuando «salen de escena» tienen que seguir dando apoyo a su compañera por si se le escapa algo.

Su trabajo exige un enorme esfuerzo físico y de concentración y hasta alguna de ellas ha terminado interpretando con una sola mano por el agotamiento. Por no hablar de la carga emocional de tener que estar todo el día escuchando cifras de contagiados y fallecidos. Cuando todo el mundo ahora está deseando salir a la calle, a ella le gustaría poder estar más en casa. Para poder descansar y para limitar su exposición al virus. Creo que las intérpretes de lengua de signos también merecen nuestro aplauso estos días.

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Todólogos y cuñados

Daniel Riobóo Buezo

Durante estos días de crisis sanitaria, medidas económicas extraordinarias y estado de alarma estoy asombrado ante la profusión de sabiduría que observo. Ante tantos expertos mundiales en virología que comparten sus interpretaciones públicamente. Ante los numerosos especialistas en gestión de pandemias mundiales que saben exactamente cómo deben actuar las administraciones para detener el contagio. Y ante la legión de futuribles premios Nobel de economía que nos ilustran sobre cómo reflotar la economía ante la sangría económica que provocan el confinamiento y el COVID-19.

A estos Leonardo Da Vinci del siglo XXI no se les resiste ninguna materia. Siempre saben de todo y predijeron todo y, por supuesto, siempre a posteriori. Su frase favorita es “Yo ya lo dije” y sus certezas suelen ir acompañadas de prejuicios. Esta tipología humana tiene hasta acepción en el diccionario de la Real Academia española. El adjetivo es todólogo: la persona que cree saber y dominar varias especialidades. En la cultura popular española también se les conoce como cuñados y, al fenómeno de su vertiginosa proliferación, como cuñadismo. A ellos nos encomendamos para poder salir de esta crisis.

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[Portada de la publicación ficticia “Cuñado Hoy” del diseñador y humorista gráfico Nico Ordozgoiti]

 

Un escenario surrealista

Daniel Riobóo Buezo

Llevamos dos semanas en cuarentena y, no sé vosotros, pero yo tengo la sensación de que hubiera pasado mucho más tiempo. Ya casi nos hemos acostumbrado a vivir sin salir de casa. Y a teletrabajar. Hemos creado nuestras rutinas caseras y hasta nos resulta habitual comunicarnos exclusivamente por teléfono y a través de videollamadas. Pero sigue siendo algo extraordinario. Adaptarse a la situación de emergencia es un mecanismo de supervivencia.

Algunas noches sueño que la pandemia del COVID-19 es sólo una pesadilla pasajera. Pero al despertar me doy cuenta de que el estado de alarma continúa. De que los hospitales siguen desbordados. De que las víctimas y contagiados aumentan sin parar. Y de que mi ciudad, Madrid, ya no es lo que era. Hoy las calles están prácticamente desiertas, los hoteles son clínicas improvisadas, los pabellones feriales se han transformado en hospitales de campaña y la pista de hielo en la que hace dos meses pasamos una tarde patinando es ahora una morgue.

También he soñado algún día en lo que vendrá después. Cuando volvamos a juntarnos y abrazarnos con nuestras parejas y seres queridos. Cuando cojamos de nuevo el metro para ir al trabajo. Cuando reanudemos nuestras clases y cuando de nuevo podamos ir a conciertos, teatros y restaurantes. Y cuando podamos volver a patinar en el Palacio de hielo. Es un sueño mucho más reconfortante. Estoy seguro de que pronto despertaremos de esta pesadilla y por fin se hará realidad.

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[La foto es del 25 de enero de 2020 en la pista de patinaje del Palacio de hielo de Madrid]