Daniel Riobóo
El frío polar que azota a España se ceba con Gijón, en forma de granizadas intermitentes, el día que el Festival Internacional de Cine de la ciudad se despide. Mientras tanto, el eternamente cabreadísimo Carlos Pumares pasa la tarde haciendo crucigramas en el decimonónico Café Dindurra a la espera de asistir a la película que cierra el festival en el insigne Teatro Jovellanos. “¿Le saludamos? Casi mejor no, que con la mala leche que se gasta….”

Lisandro Alonso ha ganado el Festival con ‘Liverpool’.
Los Cines Centro suelen estar semi-vacíos últimamente, cosas de la crisis y de las descargas gratuitas. En cambio, estos días, es casi imposible conseguir una entrada para algunas sesiones cuando el boca a oreja ha convertido modestas joyas cinematográficas en una necesidad casi fisiológica para todo cinéfilo que se precie.
Pero en los festivales no sólo abundan los cinéfilos, sino también los “cinéfagos”, auténticos e insaciables devoradores de celuloide. En un comentario al vuelo, uno de ellos protesta porque la programación de las sesiones impide ver más de cuatro películas al día, con lo cual, la sobredosis está limitada. Que tomen nota los organizadores, aunque, para los que se sólo se quedan en glotones, un programa doble al día es suficiente para saciar el apetito.
Para todos ellos es recomendable desconectar y ‘resetear’ entre sesión y sesión estirando las piernas por el Paseo del Muro y su inseparable Playa de San Lorenzo. Desde allí podrán contemplar como chavales armados con neopreno, tablas y mucho, pero que mucho valor, intentan domar las olas del Cantábrico que, de grandes y feas, asustan al miedo. Si no, y para calmar la sed, solo hay que dar unos pasos y toparse con un “chigre” o con una sidreria.
El Festival, además, ha mimado estos días a los niños y adolescentes con una sección expresamente dedicada a los ‘Enfants Terribles’ de la casa. Es la sesión mañanera en el Teatro de la Laboral. Allí, centenares de escolares ‘hacen peyas’ encantados de la vida por ver una peli. Probablemente en ella no haya acción o tiros pero puede que los chavales descubran que sus inquietudes y preocupaciones también les reconcomen el hígado a chicos como ellos en Jerusalén o Estocolmo. Además, también han tenido la posibilidad de participar en los talleres de cine que pretenden despertar vocaciones entre los más jóvenes. Y todo ello, en un marco grandilocuente como es la Universidad Laboral, el delirio arquitectónico del franquismo que ahora dinamiza la oferta artística de la ciudad.
Pero en Gijón estos días no todo son películas, ciclos y secciones. También hay actividades paralelas como exposiciones relacionadas con el universo cinematográfico. Es el caso de Remakes, una muestra que intenta combinar el cine con el video arte. Y, cómo no, actuaciones musicales que alivian la necesidad de evasión habitual de todo festival que se precie. La organización regala conciertos gratuitos a diario en distintos locales de la ciudad tras la bajada del telón en la última sesión diaria del Teatro Jovellanos.
Al comienzo del festival, LadyBug Transistor, una banda de pop melódico de Brooklyn con pinta de haberse escapado de un campamento de los Boy Scouts, se desmelena con una genuina versión de Los Bravos. En una noche de lunes gélida, Dr. Explosion congrega a cientos de seguidores para demostrar que el espíritu punk sigue vivo y que la música también puede ser divertida. Y ya casi al final, el grupo de Bimba Bosé se presenta en sociedad en un ejercicio de androginia y mezcla de estilos con división de opiniones.
Tras los conciertos se encuentran el público y los “perpetrantes” de las películas para dar rienda suelta a su pasión compartida al calor de unas cervezas. Entre efluvios etílicos, comprobamos como un exitoso director alemán fanático del Depor prefiere comentar sus películas tras la proyección y en un bar antes que destriparlas en la presentación, y que incluso acepta ideas disparatadas para próximos proyectos. Es un ejemplo, del resto ya no nos acordamos tan bien.
Por cierto, perdonen el tono entre melancólico y nostálgico de esta crónica. Pero es que las resacas también abundan en los festivales, especialmente cuando terminan. De las películas casi no hemos hablado. Para descubrirlas sólo tienen que ir a los cines cuando se estrenen. Eso, o apuntarse el año que viene al Festival de Cine de Gijón, o a cualquier otro, que tampoco hay que barrer para casa. Y es que es toda una experiencia, especialmente cuando el tiempo no invita a pasar ni un minuto en la calle a riesgo de caer congelado.